Claramente todo empezó a fuego lento y más claro aún, seguía a fuego lento. Es arriesgado llamarle de este modo, creo que empezó más apagado que otra cosa. No solo por mi iniciativa, sino por cosa de nombres y números y años. Tampoco podía ir de otra manera si era yo la que había puesto el agua a hervir, y era yo la que lo alimentaba. Era lo más común del mundo, quizá empezó porque sí, porque era lo que tocaba en aquel momento. Aunque aquello se volvió algo loco. Suerte que tenía a M, que me acompañaba allí donde fuese mi locura. A veces tenía sabor a tristeza (aquella que se cura con la comida) y muuuy de vez en cuando parecía que sabía a Pans sin lágrimas. Y aquello no podían ser síntomas de nada más, dependían totalmente de la música de aquel piano. Si a mi no me importaba una mierda lo que sonase, lo que necesitaba era oírlo y -sin duda alguna- verlo. ¿Podía pretender algo más? Le escuchaba cada vez más, y podía oír su música cada día, cada vez con más intensidad, pero aquello no lo cambiaba nadie, y menos yo. Lo que realmente jodía era tener que aceptarlo, seguro que era cosa de años, o de experiencia, quién sabe. Eso lo tenían muy claro los que le rodeaban, que sabían exactamente cual era mi posición, y sabían también que seguiría siendo la misma. Entendían el porque de cada uno de nuestros movimientos, y eso jodía, jodía mucho.
Algunos le llamaban casualidad, pero M y ellos -sabelotodo- sabían que en este caso la causalidad era cero 0. La intención no era esa, pero era inevitable -era como cuando alguien atropellaba involuntariamente a una vieja, cuando circulaba a 150km/h. Todo aquello sabía cada vez más a locura llena de inocencia,
aunque al final siempre sabía todo a ti.